Mónica Puyhol

jueves, 31 de enero de 2013

Ellos


Trae una sed de siglos en los belfos.
José Gorostiza




¿Te das cuenta? Sólo tiene dieciséis.
Le gusta su cuerpo, ese universo fibroso y lampiño que habita su espíritu rebelde.
Fíjate cómo lo mira. Observa sus pezones que indómitos se hinchan al imaginar su lengua...
Olor a mar: huélela... Cada pliegue, cada hueco derrama su crepitar pelágico.
Él lo percibe. Ella: pungente dardo sobre su entraña tibia.
Contémplalos. Sus retinas se acarician. El caudal infinito de sus bocas empapa la aridez de su silencio.
Escucha la pupa que revienta. De un sólo golpe, montaraz, se yergue majestuoso.
Proyectil congestionado. Gota de magma blanca y subterránea.
¿Quieres tocarlos? Se esconden allá, tras el ramaje angustioso del zarzal.
Asfixian la luz con sus destellos. Montan y remontan, giran y trastocan, encajan y estallan como cohetes malheridos de lamentos. Fantasmas milenarios respiran de sus sexos.
¿Te das cuenta? Sólo tiene dieciséis y ella cuarenta.



domingo, 27 de enero de 2013

Puede suceder





Llegó a buscarlo. Una falda a cuadros minúscula, dejaba al aire sus piernas de colegiala. Rebosante huella de feromona impúdica, pinchaba sin piedad todos mis sentidos. Me dio un abrazo. Percibí la firmeza de sus pechos de paloma.

--No está --dije
--¿Lo puedo esperar un rato?

Yo sabía que él no llegaría.
Le ofrecí café. Me senté a su lado. Platicamos. De sus labios húmedos y sonrientes, de sus muslos blancos salpicados de lunares y de aquel viaje sin retorno que asomaba en medio de su busto generoso: prendí el delirio de mi más oscuro deseo.
Pasamos al tinto, cómplice amigo. De la seriedad rugosa a la gracia del satén.
Con las yemas de mis dedos, rocé la suave tez de sus rodillas. Mariposa de piel: abre tus alas. Las abrió. Mis dedos ascendían valseando sobre el aroma y la tibieza húmeda de su entrepierna. Cierva asustada. No dijo no.
Agua. Se transformó en fuego y agua...
Besé sus mejillas. Lamí sus orejas. Cuello de cisne atrapado en mi mordida. Hundí mi lengua en su garganta. Emigré a otras tierras. Desabotoné sus ropas, bajé su pantaleta.
Toda esa tierra dispuesta sólo para mí. Mordí cada botón esponjoso de piel: pezón bendito. Me escondí en la eternidad de su ombligo. Clavé mi rostro: preludio vulvar, azul, urdimbre de hombres y mujeres infinitas. Caracola enigmática. Bebí; devoré. Ella estaba lista...
La tensión de mis dedos largos acometió sin piedad sus vastales carnes. Todo se tiñó de sol, sangre de mujer que gime. Sollozos. Suspiro bermellón que no se vuelve a repetir. Y después del huracán: silencio.
Sepulcral silencio.
--¿Qué voy a hacer ahora? --me preguntó.
--¿Qué quieres hacer?
--Le dije a tu hijo que era virgen. Eres su madre. Ayúdame, ¿qué se supone que ahora, debo decir?






¿Te apetece otro fin?



Ella estaba lista...
La tensión tan larga de este miembro acometió sin piedad sus carnes tan niñas y virginales. Todo se tiñó de sol, sangre de mujer que gime. Sollozos. Suspiro bermellón que no se vuelve a repetir. Y después del huracán: silencio.
Sepulcral silencio.
--¿Qué voy a hacer ahora? --me preguntó.
--¿Qué quieres hacer?
--Le dije a tu hijo que era virgen. Eres su padre. Ayúdame, ¿qué se supone que ahora, debo decir?




U otro:



Ella estaba lista...
La enorme erección de mi verga acometió sin piedad sus carnes mojadas y virginales. Todo se tiñó de sol, sangre de mujer que gime. Sollozos. Suspiro bermellón que no se vuelve a repetir. Y después del huracán: silencio.

Sepulcral silencio.

--¿Qué voy a hacer ahora? --me preguntó.

--¿Qué quieres hacer?

--Le dije a él que era virgen. Eres su hermano. Ayúdame, ¿qué se supone que ahora, debo decir?








Podemos seguir así, imaginando otros finales para esta historia que ya es tan tuya, como mía.
Un beso: 
Mónica Puyhol




















*Publicado en la antología de cuento erótico "Ocho para escoger". Cofradía de Coyotes, Estado de México, 2011. Presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Ciudad de México, 2012.











¿Desde dónde?


viernes, 11 de enero de 2013

Alivio



Para ti,
donde quiera que estés.




No quiero que el olvido te fragmente.
Quiero recordar el lienzo completo de tu piel de seda
y el fresco y frondoso bosque de tu vientre.
Recordarte todo. Vivo. Mío.
Como aquellas tardes en que nos devorábamos completos
bajo el edén de un cielo de concreto.
Recordar tus manos que huelen a canela...
Tus manos pájaros de fuego,
aleteando arriba, abajo, adentro: tan adentro...
Quiero recordar tus ojos y el océano vivaz que habita en su centro.
Tus ojos mirándome todo el tiempo.
Tus ojos que me desnudaban estando desnuda
y me hacían sonrojar como sol crepuscular a cada momento.
Quiero recordar la humedad de tu lengua
y el rocío salival esmaltando cada pliegue del tormento,
y mi cuello, henchido de fruición, rugía como fiera en celo.
Quiero recordar tu cuerpo... dureza de metal,
filosa daga que me traspasaba entera
y con la dilación de tus acometidas,
derramabas victorioso la semilla
regalándome pequeñas muertes placenteras
así mis ojos blancos se volvían estrellas,
y vagando por ignotos universos,
te amaba más que nunca... te amaba plena.







*Publicado en la Antología "El grito de las bugambilias". Instituto de Cultura de Morelos. Cuernavaca, 2009




Crujir de polvo





                                                                  "Hijo de mi misma muerte, gestado en la aridez de mis escombros"

José Gorostiza





Coágulos de vida emigran fuera de mí,
caracola de vuelta a su origen,

listón de sangre que asoma
el rojo anochecer de su silencio: Muerte sin fin...

Anhelo que se deslíe entre los muslos destemplados,
en los pliegues de mis dedos que no atinan a contener
la huída de tus huesos blandos,
membrana cristalina: frontera de caricias, piel.

Relámpago vital de humedades concebido,
Ulises Salmón: inextricable ascenso...
Milagro escondido en el hueco primigenio,
sospecha de agua sofocada, fausta certeza de tu huella en mí.

Y presa de un absurdo crecimiento,
desarrollaba en ese instante tu semilla...
¿Qué noción tiene el mundo del tiempo que le queda?
¡Qué poco sabía yo de tu errabundo aliento!

¡Ay, cómo me duele tu destino!
Si de la almendra enamorada estabas hecho,
¿por qué te fatigaste y anocheciste sueño?
¿Qué garfio me desuella el tronco sauce!

¿Te secas ahora ya, selva ultramarina?
El tinto de tu flor, granado, cerúleo se estrangula.
Desangras sin más la región eterna de mi duelo.
Páramo de sombras el misterio.
Leche dulce y calcinada, crujir de polvo: silencio.





*Poema publicado en la revista Voz en tinta. Escuela de Escritores Ricardo Garibay del Instituto de Cultura de Morelos. 2011