Mónica Puyhol

domingo, 27 de enero de 2013

Puede suceder





Llegó a buscarlo. Una falda a cuadros minúscula, dejaba al aire sus piernas de colegiala. Rebosante huella de feromona impúdica, pinchaba sin piedad todos mis sentidos. Me dio un abrazo. Percibí la firmeza de sus pechos de paloma.

--No está --dije
--¿Lo puedo esperar un rato?

Yo sabía que él no llegaría.
Le ofrecí café. Me senté a su lado. Platicamos. De sus labios húmedos y sonrientes, de sus muslos blancos salpicados de lunares y de aquel viaje sin retorno que asomaba en medio de su busto generoso: prendí el delirio de mi más oscuro deseo.
Pasamos al tinto, cómplice amigo. De la seriedad rugosa a la gracia del satén.
Con las yemas de mis dedos, rocé la suave tez de sus rodillas. Mariposa de piel: abre tus alas. Las abrió. Mis dedos ascendían valseando sobre el aroma y la tibieza húmeda de su entrepierna. Cierva asustada. No dijo no.
Agua. Se transformó en fuego y agua...
Besé sus mejillas. Lamí sus orejas. Cuello de cisne atrapado en mi mordida. Hundí mi lengua en su garganta. Emigré a otras tierras. Desabotoné sus ropas, bajé su pantaleta.
Toda esa tierra dispuesta sólo para mí. Mordí cada botón esponjoso de piel: pezón bendito. Me escondí en la eternidad de su ombligo. Clavé mi rostro: preludio vulvar, azul, urdimbre de hombres y mujeres infinitas. Caracola enigmática. Bebí; devoré. Ella estaba lista...
La tensión de mis dedos largos acometió sin piedad sus vastales carnes. Todo se tiñó de sol, sangre de mujer que gime. Sollozos. Suspiro bermellón que no se vuelve a repetir. Y después del huracán: silencio.
Sepulcral silencio.
--¿Qué voy a hacer ahora? --me preguntó.
--¿Qué quieres hacer?
--Le dije a tu hijo que era virgen. Eres su madre. Ayúdame, ¿qué se supone que ahora, debo decir?






¿Te apetece otro fin?



Ella estaba lista...
La tensión tan larga de este miembro acometió sin piedad sus carnes tan niñas y virginales. Todo se tiñó de sol, sangre de mujer que gime. Sollozos. Suspiro bermellón que no se vuelve a repetir. Y después del huracán: silencio.
Sepulcral silencio.
--¿Qué voy a hacer ahora? --me preguntó.
--¿Qué quieres hacer?
--Le dije a tu hijo que era virgen. Eres su padre. Ayúdame, ¿qué se supone que ahora, debo decir?




U otro:



Ella estaba lista...
La enorme erección de mi verga acometió sin piedad sus carnes mojadas y virginales. Todo se tiñó de sol, sangre de mujer que gime. Sollozos. Suspiro bermellón que no se vuelve a repetir. Y después del huracán: silencio.

Sepulcral silencio.

--¿Qué voy a hacer ahora? --me preguntó.

--¿Qué quieres hacer?

--Le dije a él que era virgen. Eres su hermano. Ayúdame, ¿qué se supone que ahora, debo decir?








Podemos seguir así, imaginando otros finales para esta historia que ya es tan tuya, como mía.
Un beso: 
Mónica Puyhol




















*Publicado en la antología de cuento erótico "Ocho para escoger". Cofradía de Coyotes, Estado de México, 2011. Presentado en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Ciudad de México, 2012.











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